Uno nunca sabe con quién se va a encontrar en las calles de Nueva Avalón… o qué va a pasar con ellos.

Uno nunca sabe con quién se va a encontrar en las calles de Nueva Avalón… o qué va a pasar con ellos. Hace años conocí al Chancho; el loco estacionaba autos afuera del Ecos de Avalón Arena. Nunca rayó uno, ni se peló un logo; terrible de honesto el Chancho. Pero más impresionante aún, era la oreja de este loco: desde el estacionamiento el loco apretaba los dientes si escuchaba que el bajo estaba desafinado o si algún longi había conectado un plug de 16 ohms en una entrada de 8 ohms en un cabezal… sea lo que sea que signifique esa hueá.

Yo estaba esperando al batero de los Susurros de Otros Mundos que me había encargado unos bacayos de 30. Estaba más helado que los cocos del Yeti y yo estaba meándome del frío cuando se me acercó el Chancho a ofrecerme un trago de Sëlkensen. Nunca había probado esa hueá. El Chancho decía que era vodka, pero yo le encontré sabor a parafina… y no me preguntís cómo sé cuál es el sabor de la parafina.

La hueá es que cuando llegó este loco de la bata, el Chancho le dijo al toque que el bajista estaba un catorceavo de octava más arriba y que el guitarrista iba a hacer cagar el ampli si seguía metiendo el pituto en el hoyo equivocado… y se refería no solo al instrumento musical.

Four atomic joints, two more bottles of Sëlkensen, and a few mitochondrial coke toots later, the three of us were on stage sound-checking, singing Highway to Hell, and the Hog was no longer parking cars: he was now the stage manager for Whispers From Another World.

‘Uta que es grande el Chancho Fusalario, hueón oh.

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